Domingo, 16 de noviembre de 2008. Actualizado el 11 de diciembre de 2014 con motivo de la conferencia con la cual se clausuró la XIV Jornada Regional de Salud y Armonía Sexual. Táchira, 2014.
Karol Wojtyla: Un sexólogo que llegó a Papa y Santo.
Ciclo de Conferencias Sexo sin Límite.
Conferencia Nº 06
KAROL WOJTYA:
UN SEXÓLOGO QUE LLEGÓ A PAPA.
Cruz Yayes Barco.
I. INTRODUCCION:
La Iglesia Católica para mí ha sido una realidad
humana-divina, que ha ejercido en distintos momentos de mi vida personal,
familiar ascendente, conyugal, familiar propia, profesional y en el campo de la
sexología una influencia profunda y altamente positiva. Puedo decir que he sido
un beneficiario privilegiado de la obra misionera, evangelizadora, pastoral,
catequística y espiritual de la Iglesia en sus sacerdotes, obispos, religiosas,
movimientos de apostolado.
Relatar toda nuestra relación con la Iglesia Católica nos
llevaría a escribir un libro gordo de miles de páginas. Comienza en mi niñez
como hijo de un Pastor Evangélico (Papá MAYO), en el Amparo Estado Apure, luego
con mi primera conversión a los diecisiete años en Las Piedras, Paraguaná
Falcón, con un sincero despertar de vocación al sacerdocio que me llevó a
ingresar al Seminario Interdiocesano de Caracas a los diecinueve; permaneciendo
allí cinco meses de extraordinaria experiencia pedagógica, religiosa, pastoral.
Representando como una cascada de múltiples experiencias que cayó sobre nuestra
alma juvenil. Luego un distanciamiento que nunca significó total ruptura desde
mi iniciación dentro del Movimiento Gnóstico Cristiano Universal en Maracaibo,
donde cursaba filosofía con una profunda intención de regresar al Seminario.
Noviazgos, luchas intensas y transformaciones profundas en el campo
estudiantil, social, intelectual, político me llevaron a escribir una carta al
recibir el Título de Licenciado en Filosofía, que nunca envié al Padre Julio
Urrego de las Piedras, quien me apoyó el ingreso al Seminario, decía que “iba a
estudiar teología en el encuentro con el Dios Vivo en el Corazón de mi Pueblo,
con los más pobres”. Graduado entro a militar en la izquierda con visión de
unidad. Aunque no me inscribí en el Partido Comunista de Venezuela, al asentar
en la planilla del seguro del Ipasme sobre los beneficiarios en caso de muerte,
coloqué a mi madre el 50 %, mi padre el 25 % y el PCV el otro 25%. Nos sumamos
a la unidad de la izquierda en Barinas en 1.977 y luego en el Táchira en 1.978
desde la ULA y desde Rubio. En la ULA comenzamos a ser lo más críticos con
lecturas guiadas a los alumnos de filosofía sobre el marxismo y esta condición.
Una segunda y definitiva conversión tuvimos a consecuencia del encuentro en
1.978 con el misionero de cuatro continentes y ex párroco de El Amparo, Padre
Dominico, Heraclio de Jesús Aragón y los Grupos Carismáticos. Marxismo,
Cristianismo, Gnosticismo, Psicoanálisis, Llanerismo, Rotarismo terminó
formando el “Yayismo”, con el que algunos compatriotas del MAS nos etiquetaron
en las largas conversaciones de política. Estuvimos activos, lideres en
distintos grupos y movimientos de laicos en la Iglesia Católica del Táchira y
participamos en primera fila a nivel diocesano en la Misión Nacional
preparatoria de la Primera Visita del Papa Juan Pablo II a Venezuela, luego
asumimos trabajo oficial en la Misión Permanente y seguimos navegando en lo que
fue un complicado y complejo laberinto o más que eso una quimera: Sexo y Religión.
¿Cómo ser auténtico cristiano y sexólogo de la Escuela
Bianco? Más de cinco años trabajando en la teoría y la práctica para darle al
comienzo de nuestro encuentro con el Modelo Bianco complementariedad como
filósofo y cristiano y luego en la búsqueda la unidad entre las ciencias
sexológicas en general, la ética y la fe cristiana, nos puso en contacto con
toda clase acuerdos, desacuerdos y conflictos no solo entre ciencias, ética y
fe cristiana sino entre ciencias y corrientes científicas, entre éticas inclusive
en el seno de la Iglesia y teología y posiciones religiosas inclusive dentro de
la Iglesia Católica. Cuando había hecho cantidad de estudios, reflexiones,
diálogos y habiendo recibido el Título de Magíster en Ciencias, mención
Orientación de la Conducta con una tesis de grado: “Actitudes de Obispos,
Sacerdotes, Religiosas y Laicos hacia la Sexualidad”; investigación y tesis
bajo la tutoría del Dr. Fernando Bianco; nos llega de manos del Obispo de San
Cristóbal, Mons. Marco Tulio Ramírez Roa, el libro de Karol Wojtyla “Amor y
Responsabilidad”; que viene a ser una confirmación de nuestra condición de
sexólogo cristiano y el encuentro con el Sexólogo que habitaba en el Papa
Amigo, Juan Pablo II; que dejó muchas veces entrever esa condición en discursos,
homilías, encíclicas. Sin embargo la Iglesia parece que recogió el libro e
impidió que saliera por la calle del medio con toda su luz de sexólogo. Es que
cuando se llega al cumplimiento de la función de Papa los hombres pierden a su
nombre de pilas, como le sucedió al mismo Simón que terminó siendo Pedro por
designación personal del mismo Jesucristo.
Por cuanto este libro y ese encuentro con Karol Wojtyla
Sexólogo me ha hecho mucho bien en mi vida desde lo profundo de mi conciencia
espiritual, moral, ética, profesional de cristiano y sexólogo, hemos elegido
esta conferencia para clausurar una amplísima travesía sexológica realizada a
través de es Ciclo de Conferencias Sexo sin Límite. Esperando que con esta
conferencia podamos decir que el Límite del Sexo, cuando nos encontremos con el
Padre Celestial, en el Reino de los Cielos, donde como dijo Jesús con respecto
a con quien se uniría una mujer que había tenido siete esposos cuando
resucitara: “En la Resurrección seremos como Ángeles, sin sexo” y que Don Simón
Díaz, con su canción universal Caballo Viejo, nos lo dice cantando: “Después de
esta vida no hay otra oportunidad”.
Sea pues esta conferencia nuestro testimonio de fiel
cristiano católico y sexólogo que responde al llamado de los Padres Conciliares
y el Papa Pablo VI, de buscar la Unidad Complementaria de las Ciencias y la Fe,
ambas luces provenientes del mismo Dios que nos ha creado para Amar y Conocer.
Para Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.
Siendo el sexo, la sexualidad una condición, facultad, aspecto, naturaleza, don
especial para el Amor, la Vida, la Unión, la Paz, la Salud Física, Mental y
Relacional y la Felicidad.
Elevamos una sentida y sincera oración al Beato Juan Pablo II
para que desde el Cielo nos Bendiga esta Misión que nos compromete con la salud
y santidad de los hombres, a partir de su vivencia de la sexualidad desde la
condición que tiene el mayor valor y dignidad para Cristianos, Judíos o
Islámicos: Ser Hijos de Dios.
II. KAROL WOJTYLA: Hacemos una breve reseña biográfica de
Karol Wojtyla que nos ubique al sexólogo que esperamos dar a conocer a todos
nuestros amigos que nos acompañan esta tarde. “Karol Wojtyla es un importante
filósofo personalista del siglo XX. Formado en el tomismo, tomó contacto con la
fenomenología a través del estudio de Max Scheler. La intuición que guía toda
su obra es que el pensamiento antropológico contemporáneo –y particularmente el
cristiano- solo puede avanzar y superar los retos a los que se enfrenta a
través de una síntesis entre tomismo y fenomenología estructurada en torno al
concepto de persona. Su tarea filosófica ha consistido en poner las bases de
esa síntesis desarrollando una ética y antropología personalista con muchos
elementos originales: la norma personalista, la auto teleología, la libertad
como síntesis de elección y autodeterminación, la experiencia moral como
fundamento epistemológico de la ética, la familia como comunión de personas…”.
Carlos Burgos. http://www.philosophica.info/voces/wojtyla/Wojtyla.html. Sigue
luego: “ Se ordenó en 1946 y se trasladó a Roma donde realizó su tesis doctoral
en teología sobre San Juan de la Cruz (1948). De vuelta a Polonia realizó la
tesis doctoral sobre Scheler (1954) y fue nombrado profesor de Ética en la
Universidad de Lublin en 1954. Allí impartió cursos –compatibilizándolos con su
trabajo sacerdotal– que dieron lugar al comienzo de su producción filosófica
original. En 1958 fue consagrado obispo. En 1960 publicó Amor y
responsabilidad.”. Hasta aquí el hombre, el sacerdote, el obispo y su
circunstancia donde se configuró el sexólogo que vamos a presentar en esa obra
publicada a los 40 años.
III. LA SEXOLOGIA A TRAVÉS DE KAROL WOJTYLA.
El Papa sobre sí mismo dice: “En aquellos años, lo más
importante para mí se había convertido en los jóvenes, que me planteaban no
tanto cuestiones sobre la existencia de Dios, como preguntas concretas sobre
cómo vivir, sobre el modo de afrontar y resolver los problemas del amor y del
matrimonio, además de los relacionados con el mundo del trabajo (...). De
nuestra relación, de la participación en los problemas de su vida nació un
estudio, cuyo contenido resumí en el libro titulado Amor y responsabilidad
[Juan Pablo II 1994: 198].
Burgos señala: “Amor y responsabilidad [Wojtyla 1996] es un
texto muy importante pues sólo existe otro libro de filosofía escrito y
diseñado enteramente por Karol Wojtyla, Persona y acto.”. Y hace un retrato
incompleto consideramos nosotros, de lo que significa este libro para Karol y
luego para Juan Pablo II, por cuanto se queda solamente en el ámbito teológico
y filosófico omitiendo completamente el otro referente que constituye el
contenido sustantivo del libro, como es la Sexología Médica que habían
desarrollado en Estados Unidos Alfred Kinsey, Master y Johnson y en España
López Ibor que suponemos fue estudiado por su interés y vinculación con España
a través de San Juan de La Cruz; “Para Wojtyla, en definitiva, la moral sexual
sólo puede entenderse en el marco de la relación interpersonal entre el hombre
y la mujer regida por la ley del amor. De esa base sí que puede surgir una
teoría de la sexualidad comprensible, justificable e incluso estimulante. Y esa
es justamente la tarea que afronta Amor y responsabilidad. Baste decir aquí que
Wojtyla –utilizando el método fenomenológico– recorre las etapas, modalidades y
deformaciones del amor (concupiscencia, benevolencia, amistad, emoción, pudor,
continencia, templanza, ternura, etc.) y sienta unas bases sólidas, aunque
ampliables y mejorables, de una teoría personalista del amor sexual que debe
confluir en el matrimonio como su expresión plena. Es de reseñar, por último,
que su particular visión del matrimonio y de la familia –ahondada y
reelaborada– acabaría influyendo en la Constitución Gaudium et spes del Concilio
Vaticano II, que repensó la teología del matrimonio, y en las catequesis sobre
el amor humano predicadas por Juan Pablo II al comienzo de su pontificado, que
corresponden en realidad a un texto escrito antes de ser elegido Sumo
Pontífice.
Nos vamos a detener en la conferencia en la lectura de unas
cuantas páginas de lo que Karol Wojtyla presenta en el libro Amor y
Responsabilidad sobre la sexualidad en base a la sexología médica y sus
apreciaciones de tipo ética y moral.
1. Sobre la interpretación rigorista: “Conociendo los
principios que hemos formulado más arriba (norma personalista), podemos
proceder ahora a la eliminación de las interpretaciones erróneas, por
unilaterales y unilateralmente exageradas, de la tendencia sexual.”. La
interpretación rigorista, puritana, es otra, y ésa es la que intentaremos ahora
presentar y juzgar. Y nos conviene hacerlo tanto más cuanto que esta
interpretación puede pasar por una vista cristiana de los problemas sexuales,
aportada por el Evangelio, siendo así que, por el contrario, parte de los
principios naturistas, es decir, empírico-sensualistas. Karl Wojtyla. Amor y
Responsabilidad. Pág. 59.
Hela aquí a grandes trazos: el Creador se sirve del hombre y
de la mujer, así como de sus relaciones sexuales, para asegurar la existencia
de la especie homo. Por eso utiliza Dios las personas como medios que le sirven
para su propio fin. Por consiguiente, el matrimonio y las relaciones sexuales
no son buenas más que porque sirven a la procreación. Luego, el hombre obra
bien cuando se sirve de la mujer como un medio indispensable para conseguir el
fin del matrimonio, que es la prole. El hecho de utilizar la persona como un
medio que sirve para obtener ese fin objetivo, que es la procreación, es
inherente a la esencia del matrimonio. Semejante “utilización” es buena por sí
misma. No es más que el “placer”, es decir, la búsqueda del deleite y de la
voluptuosidad en las relaciones sexuales, lo que es un mal. A pesar de
constituir un elemento indispensable de la “utilización”, no por ello deja de
ser un elemento “impuro” por sí mismo, un sui generis mal necesario. Pero no
hay más remedio que tolerarlo, ya que no se le puede eliminar. Ibíd. Pág. 60.
“Saborear el deleite sexual sin tratar en el mismo acto a la
persona como un objeto de placer, he ahí el fondo del problema moral sexual. El
rigorismo que se propone, de una manera tan estrecha, vencer el uti sexual,
lleva a él , al contrario de lo que se cree, aunque no sea más que en la esfera
de las intenciones. La única vía que conduce a la victoria sobe el uti es
admitir el frui, radicalmente diferente, de San Agustín. Hay un gozar conforme
a la naturaleza de la tendencia sexual, y al mismo tiempo a la dignidad de las
personas; en el extenso dominio del amor entre el hombre y la mujer, el gusto
tiene su origen en la acción común, en la mutua comprensión y en la realización
armoniosa de los fines elegidos conjuntamente. Este gozar, este frui, puede provenir
asimismo del multiforme deleite creado por la diferencia de sexos, tanto como
de la voluptuosidad sexual que dan las relaciones conyugales. El Creador ha
previsto este deleite y lo ha vinculado al amor del hombre y de la mujer, a
condición de que su amor se desenvuelva, a partir de la impulsión sexual,
normalmente, es decir, de manera digna de personas.” Ibíd. Págs. 62-63.
2. Problemas del matrimonio y de las relaciones conyugales.
No podemos dejar de copiar textualmente las diez páginas en las que Karol
Wojtyla desarrolla estos temas dentro de lo que el ha llamado en el libro que
estamos dando a conocer, “Anexo. La Sexología y la Moral. Revisión
complementaria.”. Por cuanto estamos enviando las conferencias escritas por
email a los asistentes, la copiamos íntegramente; considero que es lo que más
impacto ha tenido mi encuentro en 1.998 con este magnífico libro.
“En dos párrafos precedentes, nuestro resumen complementario
se ha reducido a un cierto número de datos pertenecientes al dominio de la
sexología biológica. En los párrafos que vienen, se tratará, sobre todo, de la
sexología médica. Como toda la medicina, tiene ésta, sobre todo, un carácter
normativo, dirige la acción del hombre según las exigencias de su salud. La
salud, ya lo hemos dicho, es un bien del hombre en cuanto ser psico-físico. En
las consideraciones siguientes, trataremos de indicar los puntos principales en
los que ese bien, objeto de las normas y recomendaciones de la sexología
médica, está de acuerdo con el bien moral, objeto de la moral sexual. Esta,
como sabemos, no se funda en los meros hechos biológicos, sino sobre el
concepto de la persona y del amor en cuanto relación recíproca de las personas.
¿Puede la moral oponerse a la higiene y a la salud del hombre y de la mujer? Un
análisis profundo ¿puede llevarnos a la convicción de que los imperativos de la
salud física de las personas pueden encontrarse en conflicto con su bien moral,
es decir, con las exigencias objetivas de la moral sexual? Se oyen con
frecuencia semejantes opiniones, por lo cual es necesario tocar ese punto.
Volveremos así a los problemas tratados en los capítulos III y IV (la castidad
y el matrimonio).
El matrimonio monogámico e indisoluble se basa en la norma
personalista y en el reconocimiento del orden objetivo de los fines del
matrimonio. De ahí resulta la interdicción del adulterio en el sentido amplio
de la palabra, incluyendo las relaciones sexuales antes del matrimonio. Sólo
una profunda convicción acerca del valor supra-utilitario de la persona permite
justificar plenamente esta prohibición y conformarse con ella. ¿Nos trae la
sexología una justificación complementaria? Para responder a esta cuestión se
han de examinar de cerca ciertos aspectos muy importantes de las relaciones
sexuales ( que, como lo hemos puesto de manifiesto en el capítulo IV, no pueden
ser más que conyugales).
El acto sexual no puede realizarse más que con la
participación de la voluntad. Por tanto, no es una simple consecuencia de la
excitación sexual que, en general, se produce espontáneamente y no está sino en
segundo término sometida al consentimiento o a la repulsa de la voluntad.
Sabido es que esta excitación puede alcanzar su punto culminante, llamado en la
sexología orgasmo (orgasmos), el cual no puede, con todo, identificarse con el
acto sexual ( aunque raramente se produzca sin el consentimiento de la voluntad
y sin una “acción”). Durante el análisis de la concupiscencia del cuerpo
(capitulo III, segunda parte), hemos dicho que las reacciones sensuales tenían
su propio dinamismo, referente estrechamente no solamente a los valores del
cuerpo y del sexo, sino también al dinamismo instintivo de las zonas sexuales
del cuerpo, que es decir a la fisiología del sexo. En cambio, las relaciones
sexuales entre el hombre y la mujer no pueden tener lugar sin la participación
de la voluntad sin la participación de la voluntad, sobre todo por loo que toca
al hombre. No se trata aquí de la decisión misma, sino de la posibilidad
fisiológica que no la tiene mientras que se encuentra en un estado que excluye
la acción de la voluntad, por ejemplo, cuando está dormido o cuando ha perdido
el conocimiento. Las relaciones sexuales pueden excepcionalmente tener lugar
cuando la conciencia del sujeto se ha debilitado, por ejemplo en momentos de
enfermedades psíquicas (estado hipomaniaco, delirio), pero una conciencia, por
lo menos parcial, es siempre indispensable. De la misma naturaleza del acto
sexual resulta que el hombre desempeña en él un papel activo, mientras que la
mujer juega un papel pasivo; ella acepta y experimenta. Su pasividad y su falta
de repulsa bastan para la realización del acto sexual, que puede darse sin
ninguna participación de su voluntad e incluso encontrándose ella en un estado
de completa inconciencia, por ejemplo durante el sueño, en un momento de
desvanecimiento, etc. Vistas desde este punto las relaciones sexuales dependen
de la decisión del hombre. Pero como esta decisión es provocada por la
excitación sexual que puede no corresponderse con un estado análogo en la
mujer, surge aquí un problema de naturaleza práctica que tiene una gran
importancia, tanto desde el punto de vista medial como moral. La moral sexual,
conyugal, ha de examinar cuidadosamente ciertos hechos bien conocidos de la
sexología médica. Hemos definido el amor como una tendencia hacia el verdadero
bien de otra persona, por lo tanto como una antítesis del egoísmo. Y ya que en
el matrimonio el hombre y la mujer se unen igualmente en el dominio de las
relaciones sexuales, es menester que busque también en este terreno ese bien.
Desde el punto de vista del amor de la persona y del
altruismo, se ha de exigir que en el acto sexual el hombre no sea el único que
llega al punto culminante de la excitación sexual, que éste se produzca con la
participación de la mujer y no a sus expensas. Esto es lo que implica el
principio que hemos analizado de una manera tan detallada y que, conjugándose
el amor, excluye el placer en la actitud respecto de la persona del
“copartícipe”.
Los sexólogos constatan que la curva de excitación de la
mujer es diferente de la del hombre: sube y baja más lentamente. Anatómicamente
hablando, la excitación en la mujer se produce de una manera análoga a la del
hombre (el centro se halla en la medula S2-S3), con todo, su organismo está
dotado de muchas zonas erógenas, lo cual es una especie de compensación del
hecho de que su excitación crezca más lentamente. El hombre ha de tener en
cuenta esta diferencia de reacciones, y esto no por razones hedonistas, sino
altruistas. Existe en este terreno un ritmo dictado por la naturaleza que los
cónyuges han de encontrar para llegar al mismo momento al punto culminante de
excitación sexual. La felicidad subjetiva que experimentarán entonces tendrá
los rasgos de frui, es decir, de la alegría que da la concordancia de la acción
con el orden objetivo de la naturaleza. El egoísmo, por el contrario- en el
caso se trataría más bien del egoísmo del hombre-, es inseparable de uti, de
esa utilización en la que una persona busca su propio placer en detrimento de
la otra. Está con esto bien claro que las recomendaciones de la sexología no
pueden ser aplicadas prescindiendo de la moral.
No aplicarlas en las relaciones conyugales es contrario al
bien del cónyuge, así como a la estabilidad y a la unidad del mismo matrimonio.
Hay que tener en cuenta el hecho de que, en estas relaciones, la mujer
experimenta una dificultad natural para adaptarse al hombre, debido a la
divergencia de su ritmo físico y psíquico. Una armonización es, por
consiguiente, necesaria, que no puede darse sin un esfuerzo de voluntad, sobre
todo de parte del hombre, ni sin que la mujer se atenga a su pleno
cumplimiento. Cuando la mujer no encuentra en las relaciones sexuales la
satisfacción natural ligada al punto culminante de la excitación sexual
(orgasmos), es de temer que no sienta plenamente el acto conyugal, que no
embarque en él su personalidad entera ( según algunos, ésta es frecuentemente
la causa de la prostitución), lo cual la hace particularmente expuesta a las
neurosis y trae consigo una frigidez sexual, es decir, una incapacidad de
sentir la excitación, sobre todo en su fase culminante. Esta frigidez
(frigiditas) resulta a veces de un complejo o de una falta de entrega total de
la que ella misma es la responsable. Pero, a veces, es la consecuencia del egoísmo
del hombre, que, al no buscar más que su propia satisfacción, muchas veces de
una manera brutal, no sabe o no quiere comprender los deseos subjetivos de la
mujer, ni las leyes objetivas del proceso sexual que en ella se desarrolla.
La mujer empieza entonces a rehuir las relaciones sexuales y
siente una repugnancia que es tanto o quizá más difícil de dominar que la
tendencia sexual.
Además de la neurosis, la mujer puede en tal caso contraer
enfermedades orgánicas. Así, la congestión de los órganos genitales durante la
excitación sexual puede provocar inflamaciones en la órbita de la pelvis si la
excitación no se termina con una descongestión que en la mujer está
estrechamente ligada al orgasmo. Desde el punto de vista psicológico, estas
perturbaciones dan origen a la indiferencia, que muchas veces acaba en la
hostilidad. La mujer difícilmente perdona al hombre la falta de satisfacción en
las relaciones conyugales, que le son penosas de aceptar y que, con los años,
puede originar un complejo muy grave. Todo lo cual conduce a la degradación del
matrimonio. Para evitarla, es indispensable una “educación sexual”, pero una
educación sexual que no se limitare a la explicación del fenómeno del sexo. En
efecto, no se ha de olvidar que la repugnancia física en el matrimonio no es un
fenómeno primitivo, sino una reacción secundaria: en la mujer , es una
respuesta al egoísmo y a la brutalidad , en el hombre, a la frigidez y a la
indiferencia. Ahora bien, la frigidez y la indiferencia de la mujer es muchas
veces una consecuencia de las faltas cometidas por el hombre que deja a la
mujer insatisfecha, lo que, por lo demás, contraría al orgullo masculino. Pero
en algunas ocasiones particularmente difíciles, el mero orgullo no puede a
largo plazo ser de alguna ayuda; ya se sabe que el egoísmo o bien ciega al
suprimir la ambición, o bien la hace crecer desmesuradamente, de manera que, en
ambos casos, impide ver al hombre en el otro. Igualmente no puede bastar a la
larga la bondad natural de la mujer, la cual finge el orgasmo (así lo aseguran
los sexólogos) precisamente para no humillar al orgullo masculino. Todo esto no
resuelve el problema de las relaciones de manera satisfactoria, y no da más que
una solución provisional. A la larga, es necesaria una educación sexual, cuyo
objetivo esencial habría de ser inculcar a los esposos la convicción de que: el
“0tr0” es más importante que yo. Semejante convicción no nacerá de repente por
sí misma, sobre la mera base de las relaciones físicas. No puede resultar sino
de una profunda educación del amor. Las relaciones sexuales no enseñan el amor,
pero si éste es verdadera virtud, lo será también en las relaciones sexuales
(conyugales). Sólo en tal caso la “iniciación sexual” podría comprobarse como
útil; sin la educación, puede ser en realidad dañosa.
A esto puede reducirse “la cualidad de las relaciones
conyugales”. La “cualidad” y no la “técnica”. Los sexólogos ( Van de Velde) dan
muchas veces una gran importancia a la técnica; y, con todo, ha de tenerse más
bien como secundaria, y a veces incluso puede ser un estorbo para llegar al
final al cual, en principio, debería servir. La tendencia es tan poderosa que
crea en el hombre normal y en la mujer normal una ciencia instintiva de la
manera como hay que “hacer el amor”; la “técnica” corre el peligro de
perjudicar, porque aquí no cuentan más que las reacciones espontáneas
(evidentemente subordinadas a la moralidad) y naturales. Este saber instintivo
debido a la tendencia ha de alcanzar, con todo, el nivel de una cierta
“cualidad” de las relaciones. Nos referimos aquí al análisis de la ternura,
sobre todo de la ternura desinteresada, análisis al que hemos procedido en la
tercera parte del capítulo III. Es precisamente la facultad de penetrar los
estados de alma y las experiencias de otra persona lo que puede desempeñar un
gran papel en los esfuerzos para armonizar las relaciones conyugales. Esta
facultad tiene su raíz en la afectividad, la cual, dirigida sobre todo hacia el
ser humano, puede dulcificar y neutralizar las reacciones brutales de la
sensualidad, orientada únicamente hacia el cuerpo. Puesto que el organismo de
la mujer posee esta particularidad de que su curva de excitación sexual es más
larga y sube más lentamente, la necesidad de ternura en el acto físico, lo
mismo antes que después, tiene en la mujer una justificación biológica. Si se
tiene en cuenta el hecho de que la curva de excitación en el hombre es más
corta y sube más bruscamente, se ve uno llevado a afirmar que un acto de
ternura de su parte en las relaciones conyugales adquiere la importancia de un
acto de virtud, de la virtud de continencia precisamente, e indirectamente de
amor (véase capítulo III, tercera parte). El matrimonio no puede reducirse a
las relaciones físicas, necesita un clima afectivo que es indispensable para la
realización de la virtud, del amor y de la castidad.
No se trata aquí de ni de sensiblería ni de un amor
superficial, los cuales ambos a una, no tienen nada común con la virtud. El
amor ha de ayudar a comprender y a sentir al hombre, porque éste es el camino
de su educación y, en la vida conyugal, de la mutua educación. El hombre ha de
tener en cuenta el hecho de que la mujer es un “mundo aparte”, no solamente en
el sentido fisiológico, sino en psicológico; y puesto que en las relaciones
conyugales es a él a quien incumbe el papel activo, ha de conocer y, en la
medida de lo posible, penetrar ese mundo. Esta es la función de la ternura. Sin
ella, el hombre no tenderá más que a someter la mujer a las exigencias de su
cuerpo y de su psiquismo propio. Es verdad que la mujer asimismo ha de procurar
comprender al hombre y educarlo de manera que él se preocupe de ella: ambos a
dos son igualmente importantes. Las negligencias en la educación y la falta de
comprensión pueden ser en la misma proporción una consecuencia del egoísmo.
Añadamos que es precisamente la sexología la que da argumentos a favor de
semejante formulación de los principios de moralidad y de la pedagogía
conyugales.
De modo que los datos de la sexología (médica) que se
refieren a las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer vienen a
corroborar el principio de la monogamia y de la indisolubilidad del matrimonio,
y suministra argumentos contra el adulterio y contra las relaciones pre- conyugal
y extra-conyugal. No lo hacen quizás de una manera directa: por otra parte no
se le puede pedir a la sexología, cuyo objeto inmediato es sólo el acto sexual,
en cuanto proceso fisiológico o, a lo más, psicológico, y su condicionamiento
en el organismo lo mismo que en el psiquismo del hombre. Pero, indirectamente,
los sexólogos mismos se pronuncian a favor de la moralidad natural en el
dominio sexual y conyugal, y ello en razón de la importancia que le atribuyen a
la salud psíquica y física del hombre y la mujer. Así, constatan que las
relaciones sexuales no son armoniosas más que cuando los individuos están
libres de todo conflicto con su conciencia y de toda reacción de angustia. Por
ejemplo, la mujer puede, sin duda, experimentar una entera satisfacción sexual
en las relaciones extra-conyugales, pero un conflicto de conciencia contribuye
entonces a un trastorno de su ritmo biológico. La conciencia tranquila tiene
una influencia decisiva sobre el organismo. En sí mismas, estas constataciones
no son un argumento a favor de la monogamia o de la fidelidad conyugal, ni
argumento contra el adulterio, pero sí que indican el peligro que corre quien
no observa las reglas naturales de la moralidad. En efecto, es inútil que la
sexología suministre las bases de deducción, basta que confirme indirectamente esas
reglas, conocidas, por otra parte, y confirmadas de otra manera. El matrimonio
en cuanto institución durable que protege la eventual maternidad de la mujer la
libra en gran parte de las reacciones de angustia, que no solamente conmueven
su psiquismo, sino que perturban también su ritmo biológico; el miedo de tener
un hijo, fuente principal de las neurosis femeninas, es una de esas reacciones
( hablaremos de ello más adelante).
Sólo el matrimonio, un “matrimonio perfecto”, es decir,
físicamente armonizado (como quiere Van de Velde) nos trae aquí una solución
aceptable. Con todo hemos demostrado que esta armonía no puede ser el resultado
de una “técnica”, sino de la “cualidad” de las relaciones, es decir, en
definitiva, de la virtud. Por su esencia, semejante matrimonio ha de ser fruto
no solamente de una “selección natural” sino sobre todo de una elección que
tiene su pleno valor moral. La bio-psicología no permite ni descubrir ni
formular las leyes que explicarían por qué el hombre y la mujer deciden casarse.
Parece que la atracción puramente biológica no existe, pero, por otra parte, es
cierto que las personas que contraen matrimonio experimentan una atracción
recíproca, porque, si sintieran repugnancia, no se casarían. Rara vez las leyes
de la atracción recíproca semejan definir partiendo del principio psicológico
de parecido o, al contrario, de contraste; de ordinario, el problema es mucho
más complicado. Con todo, no deja de ser verdad que en el momento de elegir los
factores de orden sexual y afectivo desempeñan un papel importante, y que la
razón no influye en la decisión más que excepcionalmente, y esto más bien en
las personas de edad madura.
Conviene hacer constar asimismo que los “ensayos” de las
relaciones sexuales antes del matrimonio, de que tanto se habla, no constituyen
un criterio de “selección”, porque la vida conyugal es muy diferente de la vida
común antes del matrimonio. Una falta de armonía en el matrimonio no es
únicamente el resultado de un simple desacuerdo físico y no puede ser constatado
“de antemano” gracias a las relaciones pre-conyugales. Los esposos que,
después, se consideran como desafortunados, con frecuencia han conocido un
período de excelentes relaciones sexuales. Parece, por lo tanto, que la
degradación del matrimonio es debida a otros factores. Esta constatación nos
hace volver al principio moral que prohíbe las relaciones pre-conyugales. Es
verdad que no lo confirma directamente, pero permite en todo caso descartar el
principio contrario.
El problema de la prole obliga a respetar en la elección del
cónyuge los principios de un eugenismo razonable. La medicina desaconseja el
matrimonio en cado de ciertas enfermedades pero éste es un problema aparte, del
que no vamos a ocuparnos aquí, porque más bien que a la moral sexual, se
refiere a la que manda proteger la salud y la vida ( el quinto mandamiento y no
el sexto).
Las conclusiones a las cuales se llega en la sexología médica
no parecen en nada oponerse a los principios de moral sexual: monogamia,
fidelidad conyugal, elección de la persona, etc. Incluso el del pudor conyugal,
que hemos analizado en la segunda parte del tercer capítulo, encuentra su
confirmación en la existencia de las neurosis, bien conocidas de los sexólogos
y psiquiatras. Esas neurosis son muchas veces una consecuencia de relaciones
sexuales que han tenido lugar en una atmósfera de miedo debida a la posibilidad
de una brusca intervención que viene del exterior (vaginismos en la mujer, y,
en el hombre. Ejaculatio praecox, causa frecuente de impotencia). De ahí la
necesidad para los esposos de tener su propia casa, o por lo menos su propio
apartamento, en el que su vida conyugal pueda proseguirse “en seguridad”, es
decir, de acuerdo con las exigencias del pudor, y donde la mujer y el hombre
tienen derecho a la más total intimidad de su vida conyugal.”
Al leer todo esta copia que hemos hecho del libro, ya podrán
saber porque no podía dejar de entregarlo a ustedes.
IV. CONCLUSIONES.
Consideramos que este libro debía haber llegado a toda la
humanidad, especialmente a los fieles católicos, y que debería en el futuro a
la juventud universitaria de todos las naciones, que quieran ofrecer una
formación sexual completa, integra pero se hace necesario reconocer y lo hago
de primero, el pecado que se refiere a la falta de amor a sí mismo y al prójimo
como ser sexuado y un pecado contra la Verdad que es un Principio fundamental
del Cristianismo en las Palabras del mismo Jesucristo cuando dijo: “La Verdad
os hará Libres”. Además sobre el Pecado contra el Espíritu Santo que da
completitud a la definición de Dios, como Espíritu de Amor y de Verdad. Lo que
hace un Dios Triuno con el Padre y el Hijo.
Las Universidades llamadas “Alma Mater” con un lema tan
felizmente elaborado: “La Casa de las Luces que vencen las Sombras”; no pueden
sin negar su naturaleza, su esencia, su misión, seguir en las oscuridades del
tabú sexual que ha impedido darle unidad a las ciencias, la ética y la fe
cristiana o cualquier otra confesión religiosa o atea.
Hacemos un reconocimiento hoy a miles de hombres y mujeres
que desde sus distintos lugares de liderazgo, trabajo, responsabilidades nos
han apoyado la creación de programas y servicios de sexología en el Estado
Táchira y trece Estados del País a través de 23 años de haber dado un paso al
frente en contra del tabú y la ignorancia sexual con una conferencia que
hicimos en la Cárcel de Santa en compañía pastora del Obispo Marco Tulio
Ramírez Roa y dos Damas del Consulado General de Colombia. Pedimos al Beato
Juan Pablo II su intercepción por todas las almas que aún permanecen en el
infierno de la ignorancia sexual y sus consecuencias a nivel conyugal,
familiar, social, institucional y muchas bendiciones a quienes han despertado y
ayudan a un despertar tras la conquista de Derechos Humanos de Salud Sexual y
Reproductiva y de Equidad de Género. Karl Wojtyla lo hizo hace más de 50 años
como Sacerdote, Profesor de Ética y Obispo polaco. Amén. Gracias. Mil Gracias.
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