martes, 1 de abril de 2008

INFIDELIDAD CONYUGAL



Vamos a compartir con nuestros lectores lo que hemos venido revelando desde hace veinticinco años sobre un comportamiento sexual muy generalizado, que produce muchos conflictos en la vida de la pareja, que representa una de las causas con mayor peso en las rupturas o divorcios con toda la carga de daños a los hijos y que lesiona gravemente la vivencia de la fe a los miembros de la Iglesia Católica.
El Catecismo de la Iglesia Católica presenta el problema de forma dramática en el numeral 1.650, cuando señala: “Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo (“Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”; Mc 10,11-12), que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el primer matrimonio”. El asunto sobre el adulterio se nos pone peor a los católicos si queremos mantener nuestra fidelidad a Jesucristo quien dijo: “Se dijo a los antepasados: “No cometerás adulterio” Ahora yo les digo que quien mira con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio en su interior”. Mt. 527-28. Y la solución no es el arrepentimiento o la confesión en palabras del mismo Jesús: Por eso, si tu ojo derecho es ocasión de pecado para ti, sácatelo y tíralo lejos.” Mt.5,29.
Una primera solución ante la exigencia de Jesús respecto a la condena de estar unido el hombre a la mujer para siempre, la dieron los propios discípulos frente al mismo Maestro: “Los discípulos le dijeron: “Si esa es la condición del hombre en relación con su esposa, más vale no casarse” Mt. 19,10. Los que se alejaron de los ambientes urbanos y se internaron en las montañas y los llanos generalmente no se casaban por la Iglesia, una primera razón porque no había iglesias, ni curas, ni religiosas, ni catequistas. Ellos se casaban porque amaban, se gustaban, acordaban mutuamente, el hombre raptaba a la mujer con su consentimiento. Resulta que la mayoría de esas uniones se mantenían hasta que la muerte los separaba y el viudo o la viuda mantenían ese amor hasta después de la muerte. Cuando llegaban los misioneros y hacían producto de sus predicaciones que se casaran o consagraran la unión pecaminosa que mantenían, eso llevaba muchas veces a conflictos de pareja, se sentían uno dueño del otro y aflojaban todos los resortes del amor, del sexo, del deseo, de la comprensión, de la valoración mutua y sobre todo de lo que alimentaba el amor, el sexo y la vida: la libertad.
La situación ha cambiado en el mundo urbano, donde tenemos decenas de iglesias católicas y de otras denominaciones cristianas. El casarse, ha llevado a divorcios legales y a uniones de parejas sexuales sucesivas. Mujeres con hijos de varias parejas y hombres lejos de la paternidad y la responsabilidad de esa condición. Hijos con carencias y perturbaciones en sus procesos naturales y culturales en la configuración de su identidad sexual, el desarrollo de su personalidad y en general privados de sus fundamentales Derechos de Niños y Niñas.
Consideramos que la sexología podría ser muy útil en este particular campo de la vida humana, como lo es la formación de parejas sanas y armoniosas en lo sexual, que sirvan o apoyen las solicitudes, llamados, vocación al Sacramento Matrimonial y/o al sostenimiento de uniones matrimoniales de cualquier tipo. Poder vivir el orgasmo de calidad en la pareja es un indicador de esa salud y armonía sexual.

La infidelidad conyugal oculta una variedad de disfunciones o trastornos sexuales y mentales, que representan las causas o motivaciones conscientes o inconscientes de los comportamientos infieles.
Cuando trabajamos en los talleres de terapia y pedagogía sexual, procuramos compartir lo que nuestra fe cristiana ha representado en nuestra vida personal y de pareja en la comprensión y valoración de este comportamiento, dentro de toda la doctrina y pastoral católica, a partir del pasaje bíblico, en el cual a Jesús, lo colocan en situación de juzgar a la mujer que había cometido adulterio y estaba a punto de ser matada públicamente a pedrada. Rompiendo con la Ley de Moisés, los Profetas y toda la tradición y práctica judaica sobre asunto tan delicado y grave; Jesús abrió una salida de escape a la adúltera y al adulterio desde la actitud y presencia que produjo en todos y cada uno de los que con piedra en mano querían aplicar la Ley e iban también a dar expresión colectiva y “santa” al odio y miedo a la mujer, la cual quizás vivía una terrible opresión, violencia, disfunciones o trastornos sexuales en su vida conyugal dentro una sociedad sexista, patriarcal,. en la cual hasta la Virgen María estuvo a punto de pasar por una situación parecida ante el embarazo incomprensible que hizo sufrir a San José de terribles sentimientos que le iba a llevar a repudiarla en secreto. Tendríamos a un Jesucristo, Hijo de una Madre Soltera y sin Padre conocido.
Al introducir en la Terapia y Pedagogía Sexual a Jesucristo como Médico y Maestro Divino, integramos las Ciencias Sexológicas, la Ética y la Fe Cristiana en el conocimiento, comprensión y valoración de la propia sexualidad y de los demás. Esto ayuda a la superación de las heridas y conflictos que produce la infidelidad. Se concluye que se presenta dos opciones sabias y sanas: o se perdona o se separan.
Si se perdonan se busca solucionar o superar las causas de naturaleza sexual que llevan al acto de infidelidad. Estas se denominan disfunciones y trastornos sexuales.
Las disfunciones sexuales en el hombre: disfunción eréctil conocida tradicionalmente como impotencia, la eyaculación precoz, la eyaculación retardada, el coito doloroso, la falta de orgasmo (la eyaculación es distinto que el orgasmo).
Las disfunciones sexuales en la mujer: la anorgasmia que puede ser primaria o secundaria, situacional que puede ser coital o fortuita, orgasmo rápido, coito doloroso o dispareunia.
Los trastornos sexuales que son menos visibles y que se presentan tanto a hombres como mujeres son: aversiones, fobias y angustias sexuales; la incapacidad de practicar una conducta sexual efectiva, ignorancia sobre la naturaleza y comportamiento sexual propio y el de la pareja, evitación inconsciente de una sexualidad satisfactoria, ansiedad sexual, temor al fracaso sexual, demanda de realización sexual, necesidad excesiva de complacer a la pareja sexual, defensa perceptivas e intelectuales con “moralismos” o “misticismos” contra los sentimientos eróticos ( no han leído uno de los libros bíblicos, El Cantar de los Cantares), hacen una disociación ejerciendo en el acto sexual el rol del espectador y el más dañino y común de todos como es la incapacidad de comunicarse la pareja sobre asuntos sexuales.
¿Consideran ustedes amigos y amigas, que tenemos responsabilidad de superar el tabú sexual que reproduce y sostiene todas esas disfunciones y trastornos sexuales que llevan a la infidelidad?

Las consecuencias de la infidelidad conyugal están condicionadas por una serie de factores, que nos colocan desde el primer momento, en un alto coeficiente de ignorancia. Los actos de infidelidad se circunscriben a cada persona con su individualidad, su historia personal, sus valores, principios, prejuicios, cultura, educación, edad, estados de salud mental, nivel de compromiso con la otra persona, expectativas personales y sobre la pareja.
Como los actos de infidelidad se extienden a una segunda y tercera persona; la ignorancia e incertidumbre aumenta.
Hombres y mujeres que tienen como convicción, que los hombres son siempre infieles; para el hombre (varón), el acto de infidelidad representará el ejercicio de un privilegio que alcanza el nivel de trofeo, expresión de poder, libertad y autovaloración lo cual socialmente da prestigio.
Para ella una condición que tiene que aceptar y por lo tanto luchar por remediar o por lo menos que no vaya a llegar a rupturas en lo que se le impone como una responsabilidad personal: la defensa del vínculo de pareja y si está de por medio un sacramento, unos hijos y una familia.
En esas condiciones, los actos de infidelidad de la mujer entonces tienen un marco de percepción, comprensión y valoración completamente distinto al de los hombres.
Religiones con sus mandamientos y códigos que privilegian la condición de los hombres frente a las mujeres crearán con el poder y la autoridad del mismo Dios, consecuencias distintas de los actos infieles para los hombres y para las mujeres. Esto sucede también con las Constituciones, Leyes, Códigos y demás reglamentaciones de tipo político-jurídico.
Concretando más sobre las consecuencias de la infidelidad, podemos decir, que sin olvidar los condicionantes anteriores, existe el riesgo de divorcio, dificultades para la entrega sexual y emocional en la pareja y la afectación de múltiples formas de la convivencia y estructura familiar como un todo.
También a nivel individual, dependiendo de la madurez, salud, moralidad y espiritualidad de cada individuo nos encontramos con los sentimientos de culpa como una de las más inmediata consecuencias de la infidelidad. Culpa que la puede sentir tanto el miembro de la pareja que ha sido infiel como el engañado, ya que este ultimo se culpa por no haber sabido retener a su lado al cónyuge. También siente culpa el tercero....
Estos sentimientos llegan a ser muy intensos y pueden provocar la necesidad de confesar la infidelidad a la pareja, sobre todo en las mujeres. Los hombres tratan de hacer otro tipo de acciones para disminuir esa culpa, por ejemplo, son más amables, arreglan cosas en el hogar, compran un bonito regalo, etc.
Y, como una cascada y en diferente grado aparece: distanciamiento, pérdida de confianza, enfados y peleas frecuentes, agresión verbal, psíquica, moral y hasta física llegando a lo que nos revelan los medios de comunicación de una forma permanente, los crímenes pasionales. Sucede también de forma inmediata o mediata la infidelidad del otro como venganza, ruptura de la relación. También puede suceder una mejoría de la relación de la pareja cuando se introduce la inteligencia y se revela la infidelidad como un indicador o síntoma de la salud y armonía sexual o de otra naturaleza. Lo peor es el chantaje por parte de la víctima y para el victimario una deuda eterna.

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