sábado, 30 de abril de 2011

El Beato Juan Pablo II antes de ser Papa fue un Sexólogo.

I. INTRODUCCION:

La Beatificación del Papa Amigo Juan Pablo II tiene que abrir todas las puertas y ventanas de la Iglesia Católica, al extraordinario legado que nos dejó como Karol Wojtyla en el campo de la sexología, para comenzar a buscar efectiva solución a los gravísimos y dolorosos males relacionados con comportamientos sexuales de miembros consagrados: pederastia, comportamientos sexuales (heterosexuales y homosexuales) con paternidades irresponsables de sacerdotes y obispos. Por supuesto que también y en mayor cuantía de los fieles laicos, a los que se suma divorcios, abortos, crímenes pasionales, suicidios, alcoholismo, drogadicción y otros.
Crímenes y problemas de naturaleza sexual que han conmovido los cimientos de la Iglesia y que el sucesor de Juan Pablo II, Benedicto XVI, ha tenido que afrontar con inmenso sufrimiento y pena; siendo él quien mayor pudo conocer y compartir estos problemas que estuvieron silenciados o escondidos durante los largos años de pontificado del Nuevo Beato.
En los crímenes de los pederastas, acaso no han tenido que asumir su responsabilidad los obispos y arzobispos que conociendo sobre ellos fueron débiles, cobardes o cómplices con su ocultamiento o silencio?
He podido cultivar durante toda su vida de Papa el afecto, estima y valoración hacia Karol Wojtyla, quien fue el ser humano, la persona y el individuo que tuvo que cargar con tan compleja, complicada y exigente responsabilidad en la Iglesia Católica Universal desde su Ministerio, Cargo y Función desde El Vaticano, como Papa Juan Pablo II.
En Karol Wojtyla durante el ejercicio de su Pontificado, pude responderme la siguiente interrogante:
¿Cómo ser auténtico cristiano y sexólogo de la Escuela Bianco? Más de cinco años trabajando en la teoría y la práctica para darle al comienzo de nuestro encuentro con el Modelo Bianco complementariedad como filósofo y cristiano y luego en la búsqueda la unidad entre las ciencias sexológicas en general, la ética y la fe cristiana, nos puso en contacto con toda clase acuerdos, desacuerdos y conflictos no solo entre ciencias, ética y fe cristiana sino entre ciencias y corrientes científicas, entre éticas inclusive en el seno de la Iglesia y teología y posiciones religiosas dentro de la Iglesia Católica.
Cuando había hecho una gran cantidad de estudios, reflexiones, diálogos y habiendo recibido el Título de Magíster en Ciencias, mención Orientación de la Conducta con una tesis de grado: “Actitudes de Obispos, Sacerdotes, Religiosas y Laicos hacia la Sexualidad”; investigación y tesis bajo la tutoría del Dr. Fernando Bianco; nos llegó de manos del Obispo de San Cristóbal, Mons. Marco Tulio Ramírez Roa, el libro de Karol Wojtyla “Amor y Responsabilidad”; que viene a ser una confirmación de nuestra condición de sexólogo cristiano y el encuentro con el Sexólogo que habitaba en el Papa Amigo, Juan Pablo II; que dejó muchas veces entrever esa condición en discursos, homilías, encíclicas.
Sin embargo parece que El Vaticano, con el autor de libro como Papa, impidió que saliera por la calle del medio, con toda su luz de sexólogo.
Cuando se llega al cumplimiento de la función de Papa los hombres pierden hasta su nombre, como sucedió con el Apóstol Simón, quien terminó siendo llamado Pedro por el mismo Jesucristo.
Este libro de Karol Wojtyla considero que se adelantó al llamado de los Padres Conciliares y el Papa Pablo VI, de buscar la Unidad Complementaria de las Ciencias y la Fe, ambas luces provenientes del mismo Dios que nos ha creado para Amar y Conocer. Para Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Siendo el sexo, la sexualidad una condición, facultad, aspecto, naturaleza, don especial para el Amor, la Vida, la Unión, la Paz, la Salud Física, Mental y Relacional y la Felicidad.
Elevamos una sentida y sincera oración al Beato Juan Pablo II para que desde el Cielo haga llegar este mensaje a favor de la salud y santidad de los hombres, a partir de su vivencia de la sexualidad desde la condición que tiene el mayor valor y dignidad para Cristianos, Judíos o Islámicos: Ser Hijos de Dios.

II. KAROL WOJTYLA: “Karol Wojtyla es un importante filósofo personalista del siglo XX. Formado en el tomismo, tomó contacto con la fenomenología a través del estudio de Max Scheler. La intuición que guía toda su obra es que el pensamiento antropológico contemporáneo –y particularmente el cristiano- solo puede avanzar y superar los retos a los que se enfrenta a través de una síntesis entre tomismo y fenomenología estructurada en torno al concepto de persona. Su tarea filosófica ha consistido en poner las bases de esa síntesis desarrollando una ética y antropología personalista con muchos elementos originales: la norma personalista, la auto teleología, la libertad como síntesis de elección y autodeterminación, la experiencia moral como fundamento epistemológico de la ética, la familia como comunión de personas…”.
Carlos Burgos. http://www.philosophica.info/voces/wojtyla/Wojtyla.html.
Sigue luego:
“Se ordenó en 1946 y se trasladó a Roma donde realizó su tesis doctoral en teología sobre San Juan de la Cruz (1948). De vuelta a Polonia realizó la tesis doctoral sobre Scheler (1954) y fue nombrado profesor de Ética en la Universidad de Lublin en 1954. Allí impartió cursos –compatibilizándolos con su trabajo sacerdotal– que dieron lugar al comienzo de su producción filosófica original. En 1958 fue consagrado obispo. En 1960 publicó Amor y responsabilidad.”.
Hasta aquí el hombre, el sacerdote, el obispo y su circunstancia donde se configuró el sexólogo que vamos a presentar en esa obra publicada cuando tenía apenas 40 años.

III. LA SEXOLOGIA A TRAVÉS DE KAROL WOJTYLA.
El Papa sobre sí mismo dice: “En aquellos años, lo más importante para mí se había convertido en los jóvenes, que me planteaban no tanto cuestiones sobre la existencia de Dios, como preguntas concretas sobre cómo vivir, sobre el modo de afrontar y resolver los problemas del amor y del matrimonio, además de los relacionados con el mundo del trabajo (...). De nuestra relación, de la participación en los problemas de su vida nació un estudio, cuyo contenido resumí en el libro titulado Amor y responsabilidad”. [Juan Pablo II 1994: 198].
Burgos señala: “Amor y responsabilidad [Wojtyla 1996] es un texto muy importante pues sólo existe otro libro de filosofía escrito y diseñado enteramente por Karol Wojtyla, Persona y acto.”.
Considero que Burgos hace un retrato incompleto de lo que significa este libro para Karol y luego para Juan Pablo II, por cuanto se queda solamente en el ámbito teológico y filosófico, omitiendo completamente el otro referente que constituye el contenido sustantivo del libro, como es la Sexología Médica, la cual habían desarrollado en Estados Unidos Master y Johnson y Van de Velde a quien cita en el libro; Para Wojtyla, en definitiva, la moral sexual sólo puede entenderse en el marco de la relación interpersonal entre el hombre y la mujer regida por la ley del amor.
Burgos nos dice:
“De esa base sí que puede surgir una teoría de la sexualidad comprensible, justificable e incluso estimulante. Y esa es justamente la tarea que afronta Amor y responsabilidad. Baste decir aquí que Wojtyla –utilizando el método fenomenológico– recorre las etapas, modalidades y deformaciones del amor (concupiscencia, benevolencia, amistad, emoción, pudor, continencia, templanza, ternura, etc.) y sienta unas bases sólidas, aunque ampliables y mejorables, de una teoría personalista del amor sexual que debe confluir en el matrimonio como su expresión plena. Es de reseñar, por último, que su particular visión del matrimonio y de la familia –ahondada y reelaborada– acabaría influyendo en la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, que repensó la teología del matrimonio, y en las catequesis sobre el amor humano predicadas por Juan Pablo II al comienzo de su pontificado, que corresponden en realidad a un texto escrito antes de ser elegido Sumo Pontífice.”.

Ofrecemos a continuación un resumen a partir de citas que Karol Wojtyla presenta en el libro Amor y Responsabilidad sobre la sexualidad en base a la sexología médica y sus apreciaciones de tipo ética y moral.

1. Sobre la interpretación rigorista: “Conociendo los principios que hemos formulado más arriba (norma personalista), podemos proceder ahora a la eliminación de las interpretaciones erróneas, por unilaterales y unilateralmente exageradas, de la tendencia sexual.”. La interpretación rigorista, puritana, es otra, y ésa es la que intentaremos ahora presentar y juzgar. Y nos conviene hacerlo tanto más cuanto que esta interpretación puede pasar por una vista cristiana de los problemas sexuales, aportada por el Evangelio, siendo así que, por el contrario, parte de los principios naturistas, es decir, empírico-sensualistas. Karl Wojtyla. Amor y Responsabilidad. Pág. 59.
Esta otra cita:
“Hela aquí a grandes trazos: el Creador se sirve del hombre y de la mujer, así como de sus relaciones sexuales, para asegurar la existencia de la especie homo. Por eso utiliza Dios las personas como medios que le sirven para su propio fin. Por consiguiente, el matrimonio y las relaciones sexuales no son buenas más que porque sirven a la procreación. Luego, el hombre obra bien cuando se sirve de la mujer como un medio indispensable para conseguir el fin del matrimonio, que es la prole. El hecho de utilizar la persona como un medio que sirve para obtener ese fin objetivo, que es la procreación, es inherente a la esencia del matrimonio. Semejante “utilización” es buena por sí misma. No es más que el “placer”, es decir, la búsqueda del deleite y de la voluptuosidad en las relaciones sexuales, lo que es un mal. A pesar de constituir un elemento indispensable de la “utilización”, no por ello deja de ser un elemento “impuro” por sí mismo, un sui generis mal necesario. Pero no hay más remedio que tolerarlo, ya que no se le puede eliminar.”. Ibíd. Pág. 60.
De páginas siguientes citamos:
“Saborear el deleite sexual sin tratar en el mismo acto a la persona como un objeto de placer, he ahí el fondo del problema moral sexual. El rigorismo que se propone, de una manera tan estrecha, vencer el uti sexual, lleva a él , al contrario de lo que se cree, aunque no sea más que en la esfera de las intenciones. La única vía que conduce a la victoria sobe el uti es admitir el frui, radicalmente diferente, de San Agustín. Hay un gozar conforme a la naturaleza de la tendencia sexual, y al mismo tiempo a la dignidad de las personas; en el extenso dominio del amor entre el hombre y la mujer, el gusto tiene su origen en la acción común, en la mutua comprensión y en la realización armoniosa de los fines elegidos conjuntamente. Este gozar, este frui, puede provenir asimismo del multiforme deleite creado por la diferencia de sexos, tanto como de la voluptuosidad sexual que dan las relaciones conyugales. El Creador ha previsto este deleite y lo ha vinculado al amor del hombre y de la mujer, a condición de que su amor se desenvuelva, a partir de la impulsión sexual, normalmente, es decir, de manera digna de personas.” ibíd. Págs. 62-63.


2. Problemas del matrimonio y de las relaciones conyugales. No podemos dejar de copiar textualmente las diez páginas en las que Karol Wojtyla desarrolla estos temas dentro de lo que él ha llamado en el libro que estamos dando a conocer, “Anexo. La Sexología y la Moral. Revisión complementaria.”. Las siguientes citas considero que fueron las que más me ha impactado en ese encuentro en 1.998 con este magnífico libro.
“En dos párrafos precedentes, nuestro resumen complementario se ha reducido a un cierto número de datos pertenecientes al dominio de la sexología biológica. En los párrafos que vienen, se tratará, sobre todo, de la sexología médica. Como toda la medicina, tiene ésta, sobre todo, un carácter normativo, dirige la acción del hombre según las exigencias de su salud. La salud, ya lo hemos dicho, es un bien del hombre en cuanto ser psico-físico. En las consideraciones siguientes, trataremos de indicar los puntos principales en los que ese bien, objeto de las normas y recomendaciones de la sexología médica, está de acuerdo con el bien moral, objeto de la moral sexual. Esta, como sabemos, no se funda en los meros hechos biológicos, sino sobre el concepto de la persona y del amor en relación recíproca de las personas. ¿Puede la moral oponerse a la higiene y a la salud del hombre y de la mujer? Un análisis profundo ¿puede llevarnos a la convicción de que los imperativos de la salud física de las personas pueden encontrarse en conflicto con su bien moral, es decir, con las exigencias objetivas de la moral sexual? Se oyen con frecuencia semejantes opiniones, por lo cual es necesario tocar ese punto. Volveremos así a los problemas tratados en los capítulos III y IV (la castidad y el matrimonio).”.

“El matrimonio monogámico e indisoluble se basa en la norma personalista y en el reconocimiento del orden objetivo de los fines del matrimonio. De ahí resulta la interdicción del adulterio en el sentido amplio de la palabra, incluyendo las relaciones sexuales antes del matrimonio. Sólo una profunda convicción acerca del valor supra-utilitario de la persona permite justificar plenamente esta prohibición y conformarse con ella. ¿Nos trae la sexología una justificación complementaria? Para responder a esta cuestión se han de examinar de cerca ciertos aspectos muy importantes de las relaciones sexuales ( que, como lo hemos puesto de manifiesto en el capítulo IV, no pueden ser más que conyugales).”.

“El acto sexual no puede realizarse más que con la participación de la voluntad. Por tanto, no es una simple consecuencia de la excitación sexual que, en general, se produce espontáneamente y no está sino en segundo término sometida al consentimiento o a la repulsa de la voluntad. Sabido es que esta excitación puede alcanzar su punto culminante, llamado en la sexología orgasmo (orgasmos), el cual no puede, con todo, identificarse con el acto sexual (aunque raramente se produzca sin el consentimiento de la voluntad y sin una “acción”). Durante el análisis de la concupiscencia del cuerpo (capitulo III, segunda parte), hemos dicho que las reacciones sensuales tenían su propio dinamismo, referente estrechamente no solamente a los valores del cuerpo y del sexo, sino también al dinamismo instintivo de las zonas sexuales del cuerpo, que es decir a la fisiología del sexo. En cambio, las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer no pueden tener lugar sin la participación de la voluntad sin la participación de la voluntad, sobre todo por loo que toca al hombre. No se trata aquí de la decisión misma, sino de la posibilidad fisiológica que no la tiene mientras que se encuentra en un estado que excluye la acción de la voluntad, por ejemplo, cuando está dormido o cuando ha perdido el conocimiento. Las relaciones sexuales pueden excepcionalmente tener lugar cuando la conciencia del sujeto se ha debilitado, por ejemplo en momentos de enfermedades psíquicas (estado hipomaniaco, delirio), pero una conciencia, por lo menos parcial, es siempre indispensable. De la misma naturaleza del acto sexual resulta que el hombre desempeña en él un papel activo, mientras que la mujer juega un papel pasivo; ella acepta y experimenta. Su pasividad y su falta de repulsa bastan para la realización del acto sexual, que puede darse sin ninguna participación de su voluntad e incluso encontrándose ella en un estado de completa inconciencia, por ejemplo durante el sueño, en un momento de desvanecimiento, etc. Vistas desde este punto las relaciones sexuales dependen de la decisión del hombre. Pero como esta decisión es provocada por la excitación sexual que puede no corresponderse con un estado análogo en la mujer, surge aquí un problema de naturaleza práctica que tiene una gran importancia, tanto desde el punto de vista medial como moral. La moral sexual, conyugal, ha de examinar cuidadosamente ciertos hechos bien conocidos de la sexología médica. Hemos definido el amor como una tendencia hacia el verdadero bien de otra persona, por lo tanto como una antítesis del egoísmo. Y ya que en el matrimonio el hombre y la mujer se unen igualmente en el dominio de las relaciones sexuales, es menester que busque también en este terreno ese bien.”

“Desde el punto de vista del amor de la persona y del altruismo, se ha de exigir que en el acto sexual el hombre no sea el único que llega al punto culminante de la excitación sexual, que éste se produzca con la participación de la mujer y no a sus expensas. Esto es lo que implica el principio que hemos analizado de una manera tan detallada y que, conjugándose el amor, excluye el placer en la actitud respecto de la persona del “copartícipe”.”.
“Los sexólogos constatan que la curva de excitación de la mujer es diferente de la del hombre: sube y baja más lentamente. Anatómicamente hablando, la excitación en la mujer se produce de una manera análoga a la del hombre (el centro se halla en la medula S2-S3), con todo, su organismo está dotado de muchas zonas erógenas, lo cual es una especie de compensación del hecho de que su excitación crezca más lentamente. El hombre ha de tener en cuenta esta diferencia de reacciones, y esto no por razones hedonistas, sino altruistas. Existe en este terreno un ritmo dictado por la naturaleza que los cónyuges han de encontrar para llegar al mismo momento al punto culminante de excitación sexual. La felicidad subjetiva que experimentarán entonces tendrá los rasgos de frui, es decir, de la alegría que da la concordancia de la acción con el orden objetivo de la naturaleza. El egoísmo, por el contrario- en el caso se trataría más bien del egoísmo del hombre-, es inseparable de uti, de esa utilización en la que una persona busca su propio placer en detrimento de la otra. Está con esto bien claro que las recomendaciones de la sexología no pueden ser aplicadas prescindiendo de la moral.
No aplicarlas en las relaciones conyugales es contrario al bien del cónyuge, así como a la estabilidad y a la unidad del mismo matrimonio. Hay que tener en cuenta el hecho que, en estas relaciones, la mujer experimenta una dificultad natural para adaptarse al hombre, debido a la divergencia de su ritmo físico y psíquico. Una armonización es, por consiguiente, necesaria, que no puede darse sin un esfuerzo de voluntad, sobre todo de parte del hombre, ni sin que la mujer se atenga a su pleno cumplimiento. Cuando la mujer no encuentra en las relaciones sexuales la satisfacción natural ligada al punto culminante de la excitación sexual (orgasmos), es de temer que no sienta plenamente el acto conyugal, que no embarque en él su personalidad entera ( según algunos, ésta es frecuentemente la causa de la prostitución), lo cual la hace particularmente expuesta a las neurosis y trae consigo una frigidez sexual, es decir, una incapacidad de sentir la excitación, sobre todo en su fase culminante. Esta frigidez (frigiditas) resulta a veces de un complejo o de una falta de entrega total de la que ella misma es la responsable. Pero, a veces, es la consecuencia del egoísmo del hombre, que, al no buscar más que su propia satisfacción, muchas veces de una manera brutal, no sabe o no quiere comprender los deseos subjetivos de la mujer, ni las leyes objetivas del proceso sexual que en ella se desarrolla.
La mujer empieza entonces a rehuir las relaciones sexuales y siente una repugnancia que es tanto o quizá más difícil de dominar que la tendencia sexual.
Además de la neurosis, la mujer puede en tal caso contraer enfermedades orgánicas. Así, la congestión de los órganos genitales durante la excitación sexual puede provocar inflamaciones en la órbita de la pelvis si la excitación no se termina con una descongestión que en la mujer está estrechamente ligada al orgasmo. Desde el punto de vista psicológico, estas perturbaciones dan origen a la indiferencia, que muchas veces acaba en la hostilidad. La mujer difícilmente perdona al hombre la falta de satisfacción en las relaciones conyugales, que le son penosas de aceptar y que, con los años, puede originar un complejo muy grave. Todo lo cual conduce a la degradación del matrimonio. Para evitarla, es indispensable una “educación sexual”, pero una educación sexual que no se limitare a la explicación del fenómeno del sexo. En efecto, no se ha de olvidar que la repugnancia física en el matrimonio no es un fenómeno primitivo, sino una reacción secundaria: en la mujer , es una respuesta al egoísmo y a la brutalidad , en el hombre, a la frigidez y a la indiferencia. Ahora bien, la frigidez y la indiferencia de la mujer es muchas veces una consecuencia de las faltas cometidas por el hombre que deja a la mujer insatisfecha, lo que, por lo demás, contraría al orgullo masculino. Pero en algunas ocasiones particularmente difíciles, el mero orgullo no puede a largo plazo ser de alguna ayuda; ya se sabe que el egoísmo o bien ciega al suprimir la ambición, o bien la hace crecer desmesuradamente, de manera que, en ambos casos, impide ver al hombre en el otro. Igualmente no puede bastar a la larga la bondad natural de la mujer, la cual finge el orgasmo (así lo aseguran los sexólogos) precisamente para no humillar al orgullo masculino. Todo esto no resuelve el problema de las relaciones de manera satisfactoria, y no da más que una solución provisional. A la larga, es necesaria una educación sexual, cuyo objetivo esencial habría de ser inculcar a los esposos la convicción de que: el “0tr0” es más importante que yo. Semejante convicción no nacerá de repente por sí misma, sobre la mera base de las relaciones físicas. No puede resultar sino de una profunda educación del amor. Las relaciones sexuales no enseñan el amor, pero si éste es verdadera virtud, lo será también en las relaciones sexuales (conyugales). Sólo en tal caso la “iniciación sexual” podría comprobarse como útil; sin la educación, puede ser en realidad dañosa.

A esto puede reducirse “la cualidad de las relaciones conyugales”. La “cualidad” y no la “técnica”. Los sexólogos ( ) dan muchas veces una gran importancia a la técnica; y, con todo, ha de tenerse más bien como secundaria, y a veces incluso puede ser un estorbo para llegar al final al cual, en principio, debería servir. La tendencia es tan poderosa que crea en el hombre normal y en la mujer normal una ciencia instintiva de la manera como hay que “hacer el amor”; la “técnica” corre el peligro de perjudicar, porque aquí no cuentan más que las reacciones espontáneas (evidentemente subordinadas a la moralidad) y naturales. Este saber instintivo debido a la tendencia ha de alcanzar, con todo, el nivel de una cierta “cualidad” de las relaciones. Nos referimos aquí al análisis de la ternura, sobre todo de la ternura desinteresada, análisis al que hemos procedido en la tercera parte del capítulo III. Es precisamente la facultad de penetrar los estados de alma y las experiencias de otra persona lo que puede desempeñar un gran papel en los esfuerzos para armonizar las relaciones conyugales. Esta facultad tiene su raíz en la afectividad, la cual, dirigida sobre todo hacia el ser humano, puede dulcificar y neutralizar las reacciones brutales de la sensualidad, orientada únicamente hacia el cuerpo. Puesto que el organismo de la mujer posee esta particularidad de que su curva de excitación sexual es más larga y sube más lentamente, la necesidad de ternura en el acto físico, lo mismo antes que después, tiene en la mujer una justificación biológica. Si se tiene en cuenta el hecho de que la curva de excitación en el hombre es más corta y sube más bruscamente, se ve uno llevado a afirmar que un acto de ternura de su parte en las relaciones conyugales adquiere la importancia de un acto de virtud, de la virtud de continencia precisamente, e indirectamente de amor (véase capítulo III, tercera parte). El matrimonio no puede reducirse a las relaciones físicas, necesita un clima afectivo que es indispensable para la realización de la virtud, del amor y de la castidad.

No se trata aquí de ni de sensiblería ni de un amor superficial, los cuales ambos a una, no tienen nada común con la virtud. El amor ha de ayudar a comprender y a sentir al hombre, porque éste es el camino de su educación y, en la vida conyugal, de la mutua educación. El hombre ha de tener en cuenta el hecho de que la mujer es un “mundo aparte”, no solamente en el sentido fisiológico, sino en psicológico; y puesto que en las relaciones conyugales es a él a quien incumbe el papel activo, ha de conocer y, en la medida de lo posible, penetrar ese mundo. Esta es la función de la ternura. Sin ella, el hombre no tenderá más que a someter la mujer a las exigencias de su cuerpo y de su psiquismo propio. Es verdad que la mujer asimismo ha de procurar comprender al hombre y educarlo de manera que él se preocupe de ella: ambos a dos son igualmente importantes. Las negligencias en la educación y la falta de comprensión pueden ser en la misma proporción una consecuencia del egoísmo. Añadamos que es precisamente la sexología la que da argumentos a favor de semejante formulación de los principios de moralidad y de la pedagogía conyugales.

De modo que los datos de la sexología (médica) que se refieren a las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer vienen a corroborar el principio de la monogamia y de la indisolubilidad del matrimonio, y suministra argumentos contra el adulterio y contra las relaciones pre- conyugal y extra-conyugales. No lo hacen quizás de una manera directa: por otra parte no se le puede pedir a la sexología, cuyo objeto inmediato es sólo el acto sexual, en cuanto proceso fisiológico o, a lo más, psicológico, y su condicionamiento en el organismo lo mismo que en el psiquismo del hombre. Pero, indirectamente, los sexólogos mismos se pronuncian a favor de la moralidad natural en el dominio sexual y conyugal, y ello en razón de la importancia que le atribuyen a la salud psíquica y física del hombre y la mujer. Así, constatan que las relaciones sexuales no son armoniosas más que cuando los individuos están libres de todo conflicto con su conciencia y de toda reacción de angustia. Por ejemplo, la mujer puede, sin duda, experimentar una entera satisfacción sexual en las relaciones extra-conyugales, pero un conflicto de conciencia contribuye entonces a un trastorno de su ritmo biológico. La conciencia tranquila tiene una influencia decisiva sobre el organismo. En sí mismas, estas constataciones no son un argumento a favor de la monogamia o de la fidelidad conyugal, ni argumento contra el adulterio, pero sí que indican el peligro que corre quien no observa las reglas naturales de la moralidad. En efecto, es inútil que la sexología suministre las bases de deducción, basta que confirme indirectamente esas reglas, conocidas, por otra parte, y confirmadas de otra manera. El matrimonio en cuanto institución durable que protege la eventual maternidad de la mujer la libra en gran parte de las reacciones de angustia, que no solamente conmueven su psiquismo, sino que perturban también su ritmo biológico; el miedo de tener un hijo, fuente principal de las neurosis femeninas, es una de esas reacciones ( hablaremos de ello más adelante).
Sólo el matrimonio, un “matrimonio perfecto”, es decir, físicamente armonizado (como quiere Van de Velde) nos trae aquí una solución aceptable. Con todo hemos demostrado que esta armonía no puede ser el resultado de una “técnica”, sino de la “cualidad” de las relaciones, es decir, en definitiva, de la virtud. Por su esencia, semejante matrimonio ha de ser fruto no solamente de una “selección natural” sino sobre todo de una elección que tiene su pleno valor moral. La bio-psicología no permite ni descubrir ni formular las leyes que explicarían por qué el hombre y la mujer deciden casarse. Parece que la atracción puramente biológica no existe, pero, por otra parte, es cierto que las personas que contraen matrimonio experimentan una atracción recíproca, porque, si sintieran repugnancia, no se casarían. Rara vez las leyes de la atracción recíproca semejan definir partiendo del principio psicológico de parecido o, al contrario, de contraste; de ordinario, el problema es mucho más complicado. Con todo, no deja de ser verdad que en el momento de elegir los factores de orden sexual y afectivo desempeñan un papel importante, y que la razón no influye en la decisión más que excepcionalmente, y esto más bien en las personas de edad madura.

Conviene hacer constar asimismo que los “ensayos” de las relaciones sexuales antes del matrimonio, de que tanto se habla, no constituyen un criterio de “selección”, porque la vida conyugal es muy diferente de la vida común antes del matrimonio. Una falta de armonía en el matrimonio no es únicamente el resultado de un simple desacuerdo físico y no puede ser constatado “de antemano” gracias a las relaciones pre-conyugales. Los esposos que, después, se consideran como desafortunados, con frecuencia han conocido un período de excelentes relaciones sexuales. Parece, por lo tanto, que la degradación del matrimonio es debida a otros factores. Esta constatación nos hace volver al principio moral que prohíbe las relaciones pre-conyugales. Es verdad que no lo confirma directamente, pero permite en todo caso descartar el principio contrario.

El problema de la prole obliga a respetar en la elección del cónyuge los principios de un eugenismo razonable. La medicina desaconseja el matrimonio en caso de ciertas enfermedades pero éste es un problema aparte, del que no vamos a ocuparnos aquí, porque más bien que a la moral sexual, se refiere a la que manda proteger la salud y la vida ( el quinto mandamiento y no el sexto).

Las conclusiones a las cuales se llega en la sexología médica no parecen en nada oponerse a los principios de moral sexual: monogamia, fidelidad conyugal, elección de la persona, etc. Incluso el del pudor conyugal, que hemos analizado en la segunda parte del tercer capítulo, encuentra su confirmación en la existencia de las neurosis, bien conocidas de los sexólogos y psiquiatras. Esas neurosis son muchas veces una consecuencia de relaciones sexuales que han tenido lugar en una atmósfera de miedo debida a la posibilidad de una brusca intervención que viene del exterior (vaginismus en la mujer, y, en el hombre. Ejaculatio praecox, causa frecuente de impotencia). De ahí la necesidad para los esposos de tener su propia casa, o por lo menos su propio apartamento, en el que su vida conyugal pueda proseguirse “en seguridad”, es decir, de acuerdo con las exigencias del pudor, y donde la mujer y el hombre tienen derecho a la más total intimidad de su vida conyugal.” Hasta aquí las citas hechas textualmente del libro de Karol Wojtyla.

IV. CONCLUSIONES.
Consideramos que este libro debía haber llegado a toda la humanidad, especialmente a los fieles católicos, y que debería en el futuro a la juventud universitaria de todos las naciones, que quieran ofrecer una formación sexual completa, integra pero se hace necesario reconocer y lo hago de primero, el pecado que se refiere a la falta de amor a sí mismo y al prójimo como ser sexuado y un pecado contra la Verdad que es un Principio fundamental del Cristianismo en las Palabras del mismo Jesucristo cuando dijo: “La Verdad os hará Libres”. Además sobre el Pecado contra el Espíritu Santo que da completitud a la definición de Dios, como Espíritu de Amor y de Verdad. Lo que hace un Dios Triuno con el Padre y el Hijo.

Las Universidades llamadas “Alma Mater” con un lema tan felizmente elaborado: “La Casa de las Luces que vencen las Sombras”; no pueden sin negar su naturaleza, su esencia, su misión, seguir en las oscuridades del tabú sexual que ha impedido darle unidad a las ciencias, la ética y la fe cristiana o cualquier otra confesión religiosa o atea.

Hacemos un reconocimiento hoy a miles de hombres y mujeres que desde sus distintos lugares de liderazgo, trabajo, responsabilidades nos han apoyado la creación de programas y servicios de sexología en el Estado Táchira y trece Estados del País a través de 26 años de haber dado un paso al frente en contra del tabú y la ignorancia sexual con una conferencia que hicimos en la Cárcel de Santa en compañía pastora del Obispo Marco Tulio Ramírez Roa y dos Damas del Consulado General de Colombia. Pedimos al Beato Juan Pablo II su intercepción por todas las almas que aún permanecen en el infierno de la ignorancia sexual y sus consecuencias a nivel conyugal, familiar, social, institucional y muchas bendiciones a quienes han despertado y ayudan a un despertar tras la conquista de Derechos Humanos de Salud Sexual y Reproductiva y de Equidad de Género. Karl Wojtyla lo hizo hace más de 50 años como Sacerdote, Profesor de Ética y Obispo polaco.
Cruz Yayes Barco. Sexólogo.
E-mail: yayesoci@hotmail.com

sábado, 16 de abril de 2011

La presencia de la Sexología para el Mundo desde Panamá.

Presencia de la Sexología para el Mundo es lo que nos estamos planteando con esta sección que hace pocas semanas hemos creado, gracias a la invitación de un excelente amigo, como lo es el licenciado Carlos Niño. Dejo la página para que ustedes nos lean de forma completa el trabajo que comenzamos. http://panaexporta.com/